“Allí donde predomina la queja y la crítica todo intento de cambio resulta estéril. Envueltas en sus quejas y críticas las personas se posicionan mirando el problema y estancándose en él. Al incrementar la protesta inicial, se alejan cada vez más del camino de la solución. Ver la paja en el ojo ajeno es fácil y además nos disculpa y nos ahorra el trabajo de caminar hacia la resolución de nuestras dificultades. Por ejemplo, reprochar a nuestro padre que estuvo ausente no tiene ninguna utilidad, más bien reafirma y remarca lo que falta, además de llevar inevitablemente a la frustración. Bien mirados la queja, la crítica y el rechazo no son más que justificaciones y coartadas que seguimos contándonos para continuar lamentándonos indefensos y resentidos ante unos hechos que ya no podemos cambiar. Aceptar el pasado tal como fue nos ayuda a afrontarlo con valentía, reconciliarnos con él y avanzar logrando cambios en el presente. En definitiva hacer buenas migas con el pasado nos nutre y fortalece para vivir el presente y abonarlo con alegría y aceptación.”
Albert S. Arenales
”Si algo no te parece bien, cámbialo. Si no puedes cambiarlo, cambia tu actitud. Pero no te quejes”
A veces, la queja en sí es lo que mantiene la situación por la cual nos quejamos.
Es lo que nos explica este cuento:
“Cuando el soberano puede interpretar todos los lenguajes de la naturaleza, tiene que poner ese excepcional conocimiento al servicio de sus súbditos. Una historia persa, de origen sufí, nos da un ejemplo.
En los tiempos de Salomón, el mejor de los reyes, un hombre compró un ruiseñor que tenía una voz excepcional. Lo puso en una jaula donde al pájaro nada le faltaba, y este cantaba durante horas y horas, para admiración de los vecinos.
Un día en que la jaula había sido colocada en un balcón, se acercó otro pájaro, le dijo algo al ruiseñor y se fue volando. Desde aquel instante el incomparable ruiseñor permaneció en silencio.
El hombre, desesperado, llevó a su pájaro ante el rey profeta Salomón, que conocía el lenguaje de los animales, y le pidió que le preguntase por las razones de aquel mutismo. El pájaro le dijo a Salomón:
‘Antaño no conocía ni cazador ni jaula. Entonces me enseñaron un apetecible cebo y, empujado por mi deseo, caí en la trampa. El cazador de pájaros se me llevó, me vendió en el mercado, lejos de mi familia, y me encontré en la jaula del hombre que aquí ves. Empecé a lamentarme día y noche, lamentaciones que ese hombre tomaba por cantos de agradecimiento y alegría. Hasta el día que otro pájaro vino a decirme: “Deja ya de llorar porque es por tus gemidos por lo que te guardan en esta jaula.” Entonces decidí callarme.’
Salomón tradujo estas frases al propietario del pájaro. El hombre se dijo: ‘¿Para qué guardar un ruiseñor si no canta?’ Y lo puso en libertad. El pájaro volvió a cantar.”
Jean-Claude Carrière, en “Le circle des menteurs”
A veces, la queja en sí es lo que mantiene la situación por la cual nos quejamos.
Es lo que nos explica este cuento:
“Cuando el soberano puede interpretar todos los lenguajes de la naturaleza, tiene que poner ese excepcional conocimiento al servicio de sus súbditos. Una historia persa, de origen sufí, nos da un ejemplo.
En los tiempos de Salomón, el mejor de los reyes, un hombre compró un ruiseñor que tenía una voz excepcional. Lo puso en una jaula donde al pájaro nada le faltaba, y este cantaba durante horas y horas, para admiración de los vecinos.
Un día en que la jaula había sido colocada en un balcón, se acercó otro pájaro, le dijo algo al ruiseñor y se fue volando. Desde aquel instante el incomparable ruiseñor permaneció en silencio.
El hombre, desesperado, llevó a su pájaro ante el rey profeta Salomón, que conocía el lenguaje de los animales, y le pidió que le preguntase por las razones de aquel mutismo. El pájaro le dijo a Salomón:
‘Antaño no conocía ni cazador ni jaula. Entonces me enseñaron un apetecible cebo y, empujado por mi deseo, caí en la trampa. El cazador de pájaros se me llevó, me vendió en el mercado, lejos de mi familia, y me encontré en la jaula del hombre que aquí ves. Empecé a lamentarme día y noche, lamentaciones que ese hombre tomaba por cantos de agradecimiento y alegría. Hasta el día que otro pájaro vino a decirme: “Deja ya de llorar porque es por tus gemidos por lo que te guardan en esta jaula.” Entonces decidí callarme.’
Salomón tradujo estas frases al propietario del pájaro. El hombre se dijo: ‘¿Para qué guardar un ruiseñor si no canta?’ Y lo puso en libertad. El pájaro volvió a cantar.”
Jean-Claude Carrière, en “Le circle des menteurs”
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